Dios, el mal y la racionalidad del mundo

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Mucha gente ha abandonado la creencia en un Dios por el problema del mal. El escándalo que supone el mal en el mundo ha abocado a muchos hacia el ateísmo.  La razón sería una supuesta incompatibilidad entre la existencia del mal y la existencia de Dios.  A continuación, analizamos el recorrido que hace un conocido ateo (Anthony Flew) del ateísmo a un cierto concepto de Dios.  Éste es un itinerario racional provocado por algunos descubrimientos científicos recientes.  Ya para acabar, abordamos algunos enfoques sobre el problema del mal y Dios.

 

 

 

El proceso de “conversión” al ateísmo de Anthony Flew se produce, como él mismo explica, al enfrentarse al “problema del mal en el mundo” en su adolescencia. Éste es un proceso que han seguido muchas personas a lo largo de la historia y que las ha llevado a alejarse en menor o mayor grado de Dios o de su concepto predominante en aquel momento histórico.  Podemos citar, por ejemplo, los casos de Voltaire con el terremoto de Lisboa de 1755 o el de Darwin con la muerte de su hijo.

Flew dedicó muchas energías al problema de Dios y, en la segunda mitad del siglo XX, se convirtió en uno de los referentes del ateísmo en el mundo anglosajón.  Podemos destacar, entre otras, dos aportaciones suyas al debate sobre la existencia de Dios a favor del bando ateo:

-    La parábola del jardinero-Dios y la jungla en qué el teísta acaba defendiendo el papel de un jardinero-Dios invisible, intangible y eternamente esquivo.  De manera  que Flew se pregunta: ¿qué diferencia hay entre este Dios y un Dios imaginario o inexistente?

-   La presunción del ateísmo en qué Flew afirma que es a los teístas a quienes corresponde la carga de la prueba de la existencia de Dios.

En el año 2004 Flew cambia de bando y lo hace por honestidad racional al enfrentarse a cuestiones científicas y/o racionales que le hacen pasar del ateísmo a un teísmo parecido al de Einstein.  Las razones que le llevan a esta “conversió” serían:

-     El “fine tuning” del Universo y el principio antrópico; de manera, que si las constantes universales fuesen ligeramente diferentes de las que conocemos, la vida sería imposible.  Este “ajuste fino” de las constantes universales para que sea posible la vida hace preguntarse a Flew otra parábola: ¿si el Universo sabía que veníamos?

-     La otra es el hecho de que una vez establecido el Big Bang como la teoría cosmológica de referencia y, por tanto, considerado que el Universo tiene un principio; pasa a parecerle legítimo preguntarse: ¿qué ha producido este principio?

-     Igualmente como a Einstein, a Flew también le admira y maravilla el hecho de que el Universo se rija por leyes lógicas.

-     Finalmente Flew se plantea el problema del surgimiento de la vida y de la inteligencia y se pregunta si no es más lógico que la inteligencia preexista al Universo y actúe como matriz y fuente que no que sea un subproducto; si no es más probable que Dios exista sin causa que no que el Universo exista sin causa.

El Dios al que llega Flew, por el contrario, no es un Dios personal ni mucho menos el Dios de la Revelación cristiana, hasta el punto que algunos han dicho que Flew más que teísta es deísta.

Con todo y con eso, al acabar el libro, se pregunta si algún día este Dios no se dirigirá personalmente a él y le dirá: ¿me escuchas ahora?

Pensemos que aquí, Flew está reconociendo implícitamente que el Dios al que llega con sus razonamientos es probablemente un Dios insatisfactoria a nivel existencial.  En este sentido, parece mucho más satisfactorio a nivel existencial y vital un Dios personal que me ama personalmente como individuo y a quién me puedo dirigir.

Respecto a su problema inicial con el mal, Flew lo resuelve afirmando que filosóficamente la existencia de este Dios matriz o inteligencia impersonal no es necesariamente incompatible con la existencia del mal al tratarse de dos problemas filosóficos diferentes.  En este sentido, ve compatible este Dios con una naturaleza imperfecta.

Pensemos que este problema del mal puede verse iluminado si pensamos en un Dios kenótico.  Un Dios que crea el mundo dejando espacio (lo que los cabalistas denominaban “tsim tsum”).  Un Dios que para crear deja espacio a la Creación y le da autonomía.  Es esta autonomía de la Creación la que haría posible tanto el mal moral, como los otros males.  Podemos, incluso, dar un paso más allá y hablar como lo hace Schmitz-Moorman de la necesidad de que  Dios cree un mundo inmenso espacial y temporalmente para que cada uno de nosotros lleguemos a existir como seres vivos inteligentes y racionales; y de la necesidad de un cierto “mal físico” de muerte y extinción para que este mundo evolucione y haga posible nuestra libertad.

El problema sería, pues, un problema sobre el concepto de Dios y sobre lo que podemos decir o no de Él. Un Dios omnipotente, impasible, que además fuese bueno y ame, efectivamente puede presentar problemas con la existencia del mal.

Ahora bien, pensemos que el Dios de la Revelación es un Dios mucho más rico en este sentido.  Un Dios que a pesar de ser omnipotente es también humilde, kenótico i misericordioso. Un Dios que se solidariza con nuestro sufrimiento, que acepta personalmente las consecuencias de la autonomía y libertad que Él mismo ha dado a este mundo y a los seres humanos, hasta el punto de morir en la cruz víctima, en cierto sentido, también de esta libertad y autonomía de la Creación.  Un Dios, por tanto, que sufre y llora con nosotros y que nos mira con amor y misericordia.  Un Dios que es Abbá o papá nuestro.  Un Dios que nos muestra, por extraño que parezca, que el mal, la muerte y la cruz no tienen la última palabra y que por la resurrección de Cristo transforma el mal en bien.  La resurrección de Cristo es anticipo de la resurrección que a todos nos espera en el fin de los tiempos.